jueves, 28 de abril de 2011

Un zumo de naranja en Marraquech

     28 de abril de 2011. Un muchacho entra entra en el populoso café Argana de la Plaza Jemaa El Fna de la ciudad de Marraquech, lleno de clientes en ese momento, muchos de ellos turistas. Pide al camarero un zumo de naranja. Lleva adosada a su cuerpo una bomba. Va a cumplir una misión sagrada. Está convencido de que es un combatiente, un gerrero de Alá que tiene que dar su vida por la yihad, la gerra santa. Probablemente su familia ni se imagine su condición de yihadista ni por supuesto la misión que va a ejecutar.

     Quizá este muchacho pertenezca a una familia de clase media marroquí, una familia que ha podido, no sin esfuerzo, darle la oportunidad de cursar una carrera universitaria. Es un chico con cultura y profesa la religión musulmana, mayoritaria en su sociedad. Llegado un momento de su juventud, se plantea su filosofía de vida, busca una explicación a las cosas, como todos los chicos del mundo. Empieza a leer determinadas publicaciones, a asitir a algunas conferencias, conoce gente nueva, como todos los jóvenes del mundo. Entonces, en plena juventud, cuando la rebeldía contra la injusticia bulle latente en el cerebro, toma partido. Todos hemos tomado partido en un determinado momento. Se está escribiendo el rol que debe representar en el teatro del mundo.

       Se convence de que el pueblo árabe está siendo perseguido, machacado y exterminado desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. En 1947 la ONU autorizó la partición de Palestina y cientos de miles de judíos iniciaron el éxodo desde todo el mundo hasta la tierra prometida, la regalada a Israel por Yavé según cuentan las Escrituras. Los judíos se asentaron en Palestina y comenzó la progresiva expulsión de las personas que allí vivían, pueblo palestino que se fue quedando sin casa, sin tierra, sin futuro, con la aprobación de la propia ONU y de Estados Unidos. El odio había germinado.
    
      Lo que ocurrió después, ya lo sabemos. Israel se apropió de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán en la llamada Guerra de los Seis Días, porque ese ridículo período de tiempo tardaron los israelitas en ganarla. Y nació la OLP en Oriente Próximo, los Hermanos Musulmanes en Egipto, Al Qaeda y otras organizaciones cuyos miembros y partidarios estaban ya fatalmente fanatizados, interpretando el Corán como manual filosófico de la guerra, de la guerra del terrorismo. Y al terrorismo se vienen dedicando, matando indiscriminadamente a quienes no son como ellos, porque los consideran sus enemigos, los que apoyan a Israel, a Estados Unidos y a todo el mundo occidental.

     El Estado de Israel, ciertamente amenzado por todos los países árabes en general y por los de Oriente Próximo en particular, se armó hasta los dientes con un ejército, un armamento y un servicio de inteligencia a la altura de una primera potencia mundial con el apoyo incondicional de Estados Unidos, que defiende sus intereses estratégicos políticos y económicos en la zona. De esta forma, cada vez que se perpetraba un atentado terrorista en Israel, respondían estos con bombardeos y otros ataques militares indiscriminados matando a miles y miles de personas inocentes mientras continuaban ejecutando su ya histórica política de asentamientos en territorio de la autonomía palestina. Luego, la ocupación de Afganistán por los soviéticos, que sirivió de caldo de cultivo para la expansión del movimiento talibán, la más fanática y radical secta islamista que se conoce, la llegada al poder en Irán de los Ayatolás, la Primera Guerra del Golfo y.... el atentado del 11-S en Nueva York y Wasington. Después, invasión internacional de Afganistán, la Segunda Guerra del Golfo, los atentados del 11-M en Madrid, etc. De verdad, ante este relato, ¿nos puede extrañar que el fanatismo más sanguinario se haya podido instalar en determinadas personas? Lo cierto es que ese fanatismo llega al extremo de que los terroristas se autoinmolan para cometer los indiscriminados atentados, lo que hace que su prevención sea muy difícil.

     El muchacho del café de Marraquech, sentado en una mesa, mira a su alrededor. Ve muchos turistas, enemigos occidentales, también ve compatriotas suyos con quienes compartirá infinititos placeres en el paraíso que Alá les tiene reservado en la otra vida, apura el último trago de su zumo de naranja y pone su granito de arena en la yihad. Entonces acciona el detonador y, por última vez en su vida piensa que va a nacer.

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